KIKO VENENO

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El maestro sigue con ganas de guerra

Es un alivio comprobar que el señor López Sanfeliu no se ha rendido. Hace ya tiempo que podría dedicarse a dar un par de conciertos al año, tirar de clásicos, embolsarse la pasta y si te he visto no me acuerdo. Pero entonces no sería Kiko Veneno. El catalán vino a trabajar y, para simbolizarlo, tanto él como su banda aparecieron enfundados en coloridos monos de trabajo. Lo que tiene ahora entre manos se llama Sensación Térmica y de eso, sobre todo, fue el concierto del pasado jueves. Pero vayamos por partes.

Empezaron con dudas. El sonido rechinaba y el técnico tuvo que pasearse más de lo deseable por el escenario. Babú, uno de los temas más arriesgados y menos “venenosos” (al menos musicalmente) de su último disco, fue la primera en sonar y a mí, lo reconozco, me empezaron a temblar las piernas. Falsa alarma: inmediatamente después llegó La vida es dulce y el barco comenzó a tomar rumbo.

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La primera concesión llegó de la mano de Memphis blues again, esa libérrima y genial adaptación del clásico dylaniano Stuck inside of mobile with the Memphis blues again. Una canita al aire y vuelta a la faena. Con oficio y convicción fue desgranando, uno a uno, los temas de su último trabajo, un disco que sorprende por la producción y la sonoridad pero que tiene una explicación sencilla: Raül Fernández “Refree”, productor también de (entre otros) Christina Rosenvinge y Fernando Alfaro. Su mano, en general para bien, se nota en cada corte.

Convenció Mala suerte, canción alumbrada a la intemperie de la crisis en la que el maestro ha sabido sintetizar lo mejor de su buen hacer y enfocarlo a cantar las penurias del momento con su habitual y afiladísima ironía. De la batería, protagonista especialmente en esta canción, se ocupaba Jimmy González. No hay mucho más que decir. Solo con palabras (que cantó “contra los políticos, los comentaristas de fútbol y los raperos”) fue otro de los momentos álgidos de la noche y la prueba más convincente de que Kiko Veneno no ha perdido la capacidad de escribir grandes canciones. Emocionante escucharle cantar eso de: “Solitario, el sol se va escondiendo / muy despacio, detrás de la tapia. / Lejos, en el silencio / se oyen perros que ladran. // Ha pasado la lluvia, se caló la casa: / la tarde por fin se quedó clara. / Tengo la impresión de que lo nuestro / no va a mejorar solo con palabras.”

Hubo tiempo también, cómo no, para empezar a recordar Échate un cantecito, disco clave de la música española que el año pasado se reeditó con motivo de su vigésimo aniversario. La primera en sonar fue Superhéroes de barrio. Y de disco enorme a disco enorme (Malagueña de San Juan de la Cruz mediante) llegó Los delincuentes para recordar a Veneno, mítico grupo que el catalán formó junto a los hermanos Rafael y Raimundo Amador y que supuso su debut discográfico. A estas alturas las butacas (no dirán que no lo tengo dicho) ya empezaban a sobrar y los laterales y el pasillo central comenzaban a llenarse de espectadores con ganas de hacer una de esas cosas para las que se inventaron la rumba, el flamenco y el rock: bailar.

Y sí, claro: hubo tiempo para los clásicos. Tras despedirse por primera vez con Joselito, llegaron Echo de menos en el primer bis y, ante el insistente e incesante pataleo del público (no olviden que estábamos en un teatro), Volando voy en el segundo, la genial rumba que inmortalizó Camarón de la Isla. Lo que me recuerda, por cierto, que todos aquellos que abogan por destinar los presupuestos militares a resucitar al gaditano deberían exigir también la dedicación de una partida para inmortalizar a Kiko Veneno. Como añadió él mismo tras dar las gracias al público y despedirse: “Sensación térmica: agradable”. Muy agradable.  

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