CAMEL

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Renacimiento de un estilo

Mucha expectación para ver lo que la insigne banda británica de rock progresivo Camel era capaz de ofrecer hoy en día, máxime después de un silencio creativo de doce años.

Aquejado de una grave enfermedad, el único miembro inicial de la banda, Andy Latimer, se ha visto alejado de estudios y escenarios durante un larguísima temporada a causa de tratamientos con quimioterapia y un trasplante de médula ósea (lo que le ha dejado la atractiva herencia de secuelas graves en forma de fatiga y fuertes dolores articulares), cosa que no se puede decir que haya dado al traste con un proceso creativo, digamos, rico, porque lo cierto es que la franquicia Camel, en realidad dejó de mantener el listón alto desde los primeros ochenta, por mucho que los discos de final de los noventa y primeros dos miles no estén mal.

Eso sí, ganas había, y los primeros compases de The great marsh, inicio de The snow goose, su emblemático disco de 1975, que había de caer entero (in its entirety, como ponen por ahí), arrancaron unos feroces aplausos del público que abarrotaba el teatro Barts (sold out desde hace semanas). Cabe decir que con motivo del renacimiento de la banda desde sus cenizas, y de cara a la presente gira, en mayo de 2013 regrabaron el citado álbum, revisado, rearreglado y con partes reescritas, con un resultado excelente (la materia prima de partida es inmejorable, estamos hablando de unos de los mejores álbumes que se han publicado jamás en cualquier estilo), pero que es evidente que no llega al nivel del disco original.

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Las evoluciones de Latimer con guitarras, flautas y teclados fueron desde el principio sorprendentes: aunque con un aspecto demacrado, enseguida se estableció como dueño y señor del escenario, compartido con el batería Denis Clement, Colin Bass en el bajo (qué nombre tan adecuado), y los teclistas Jason Hart, de apoyo para la gira, y el holandés Ton Scherpenzeel, impronunciable ex miembro de la banda que se ha incorporado para sustituir al teclista de plantilla, Guy LeBlanc, ausente por enfermedad.

Animado por el incondicional y entusiasta soporte del público, de aplauso continuo, Latimer exprimió la primera mitad de The snow goose con una Fender Stratocaster roja, estirada hasta la media hora, dejando la segunda mitad y el resto del recital a la Gibson Les Paul, menos chillona.

Completamente encantada, la gente fue echando la lagrimita hasta llegar a la última parte de esta opera magna, La princesse perdue, en que el que no lo había hecho ya, derramó definitivamente sus lacrimales. Total, cincuenta y cinco minutos de placer para los oídos. Tras la reprise de The great marsh, epílogo del ganso de nieve, hubo un intermedio de diez minutitos, no tanto para descansar como para cortar el ritmo.

Volvieron con el resto del set, que se iniciaba con una curiosa versión semiacústica de Never let go, de su primer álbum, de 1973. Con Clement convertido en esporádico bajista, y Hart y Bass con sendas guitarras acústicas, la parte lenta estuvo muy bien, pero el solo posterior y el gran final fueron más sosos, ya cada uno con su instrumento habitual.

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Siguió un repasito de su discografía elemental, con Song within a song, de Moonmadness (1976), Echoes, de Breathless (1978), la larga suite The hour candle (a song for my father) de Harbour of tears de 1996, por fin algo moderno, la muy lírica pieza Tell me, de Rain dances (1977), seguramente no lo mejor de ese disco para interpretar en directo, y las más modernas Watching the Bobbins, también del disco de 1996, Fox hill, del último disco con material nuevo, A nod and a wink de 2002, divertidísimo cuento como de hadas precedido por una historieta que Bass nos explicó, y que a continuación cantó él mismo. Un excelente tema muy variado musicalmente, con una línea de bajo espectacular, de lo mejor de la noche.

Cerró el concierto otro tema del mismo álbum, For today, agónico y premonitorio alegato del carpe diem al más puro estilo Pink Floyd (musical y líricamente), es como si en 2002 la dedicatoria al fallecido compañero Peter Bardens le hubiese hecho entrever a Latimer cómo le iba a ir la feria a él a partir de 2007. Todo ello una maravilla, con un excelentísimo Colin Bass, es un músico de un nivel excepcional, un correcto Denis Clement (pero es que las cosas que hacía Andy Ward en la batería están fuera del alcance de muchos, y si no, escuchen A live record de 1978) y un bravísimo Ton Scherpenzeel, cuyo único defecto reseñable es el inquietante parecido que guarda con el Jeff Daniels de Dos tontos muy tontos. Más de relleno es Jason Hart, más dedicado a añadir ruiditos que otra cosa. O quizá se le oía demasiado, no sé.

Por cierto, que el sonido fue mejor que bueno, gracias seguramente entre otras cosas a que el teatro Barts es una construcción muy reciente.

Quedaban sólo los bises, que consistieron en una maravillosa versión de Lady Fantasy de quince minutos, con todo, incluidos los que seguramente fueron los dos mejores solos de órgano de la noche, a cargo de Scherpenzeel. Un sensacional final de traca para las casi dos horas y cuarenta minutos de música y nostalgia a la que asistimos. ¡Bravo!

Setlist Camel: (Primera parte: The snow goose) The great marsh / Rhayader / Rhayader goes to town / Sanctuary / Fritha / The snow goose / Friendship / Migration / Rhayader alone / Flight of the snow goose / Preparation / Dunkirk / Epitaph / Fritha alone / La princesse perdue / The great marsh (reprise) / (Segunda parte) Never let go / Song within a song / Echoes / The hour candle (a song for my father) / Tell me / Watching the Bobbins / Fox hill / For today / (Bis) Lady Fantasy

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