LEYENDAS CON ESTRELLA: JOHNNY WINTER

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La decadencia de un mito

Los amantes del rock somos muy dados a la necrofilia musical, es decir, ir a ver músicos “veteranos”  (la mejor expresión de la palabra sería “cadáveres andantes”) para poder decir sin ningún tipo de rubor: yo vi en directo a fulanito o menganito, porque seguramente le quede poco. Así de crudo pero así de real. Y ocurre con cada visita del  gran guitarrista Johnny Winter. El albino más famoso del blues-rock lleva años en un proceso de deterioro físico más que evidente, tocando sentado debido al síndrome del túnel carpiano. Su avanzada edad (70 años) y los excesos de décadas dedicados a sustancias peligrosas, han provocado  su progresivo desgaste y está llevando a que muchos, entre los que me incluyo, hayan ido a verle porque quizás (aunque esperemos que no) sea la última vez que nos visite. Y pese a que su cuerpo no le acompañe, Winter no para de girar por todo el mundo.

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Lo que pudimos presenciar en el Teatro Lara, con las entradas agotadas,  fue un resumen de lo mencionado anteriormente: el deterioro físico y artístico  de un músico que no puede dar más de sí en concierto. La voz era apenas audible (pese a que más de un espectador se quejó a la mesa de sonido, a Winter sólo le salía un hilo de voz ronca), la guitarra rítmica sonaba por encima de la solista y la banda tocaba demasiado acelerada. Winter estuvo  acompañado  por Paul Nelson (guitarra), Scott Spray (bajo) y Tommy Curiela (batería), un  combo con músculo pero excesivamente rockero, con poco “feeling” para el blues. Lo curioso es que, en vez de ralentizar el sonido, Winter mantiene la rapidez en su forma de atacar el blues-rock y, en vez de beneficiarle, le perjudica sobremanera. La banda suena exageradamente  contundente y Johnny  apenas puede acompañarles en sus cabalgadas, perdiéndose a veces en los solos. De esta manera el set-list, basado sobre todo en versiones,  quedó deslucido desde el arranque con “Johnny B. Goode”,  “Got My Mojo Working”, “Good Morning Little Schoolgirl” pasando por  las stonianas  “Jumpin´ Jack Flash” o “Gimme shelter”. La magia sólo surgió en el bis final, acompañado  de  la mítica   Gibson Firebird,  con la reinterpretación del “Highway 61 Revisited” dylaniano y el uso del slide en “Dust My Broom” de Robert Johnson pasado por la batidora de Elmore James.

La pregunta surge al final de la crónica.  ¿Cómo juzgar a un músico de 70 años que sólo busca pagarse una jubilación digna tras años de lucha en la carretera? La respuesta se la dejo a los espectadores que llenaron el Teatro Lara.

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