MANU CHAO “LA VENTURA”

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Manu se mantiene firme, nadando contracorriente

Parece que ya no se despierta la misma expectación que antaño cuando se anunciaba un concierto de Manu Chao en Madrid o sus alrededores, ya que un par de horas antes de comenzar el espectáculo aún quedaban por vender en taquilla algunas de las 5.000 entradas puestas a la venta – pero nunca se debe menospreciar el poder de convocatoria del incombustible Manu y, a medida que se acercaba el momento de comenzar, las colas para entrar empezaron a crecer de forma exponencial, y finalmente el papel se terminó de vender. Eso sí, la indecisión del público hasta última hora (y el calor agobiante hasta que el sol fue cayendo, sumados a la tradicional impuntualidad, que como bien sabemos no es exclusiva de los artistas) provocó que se retrasase el inicio del show en una hora – y aún así hubo quien entró con el concierto empezado. Los que aprovecharon la coyuntura fueron el grupo invitado, Kimbala, que disfrutaron de tiempo extra para ir creando el ambiente festivo que diera paso a Manu y compañía, dentro de esta quinta edición del festival que Cultura Inquieta viene organizando cada verano en Getafe.

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Sobre las once de la noche aparecían por fin en escena Garbancito y Gambeat, sempiternos compañeros de Manu desde la Mano Negra, para atacar los primeros ritmos y disparar los indispensables samplersy loops que anunciaban la entrada en escena de Madjid con su guitarra, primero, y tras él Manu, desatando el entusiasmo general antes de tener tiempo para saludar. No tardaron en hacerse acompañar por la sección de vientos de la banda precedente, Kimbala, reforzando la escueta formación que va girando bajo el nombre de La Ventura, y acercándoles más al sonido mestizo y multirracial que siempre les ha caracterizado. Algo que se agradeció en cada ocasión que volvieron a escena, aunque hay que decir que al cuarteto les sobran recursos y potencia para poner a bailar al recinto entero, toquen donde toquen: el carisma de Manu mueve montañas, y un “¿Qué pasó?” suyo basta para obrar el milagro de enardecer multitudes, pero es que además el brutal respaldo rítmico de Garbancito en la percusión y Gambeat al bajo, unidos a la endiablada habilidad de Madjid con la guitarra – lo mismo da que sea acústica o eléctrica – producen una base tan eficaz como explosiva que sirve de colchón al infatigable Chao para desgranar su repertorio de consignas, como mantras que a fuerza de repetirse quieren hacerse realidad.

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Aunque haga tiempo que no publica material nuevo, es evidente que ni el cóctel musical ni el mensaje de lucha y esperanza que predica Manu están obsoletos, ni mucho menos – igual que sigue muy vigente, por desgracia, su defensa de causas como la palestina y la saharaui (esta última con voz y presencia antes, durante y después del concierto). Manu sigue clamando contra todo aquello que no le gusta, ya sea la todopoderosa FIFA o la polémica multinacional Monsanto, denunciando y señalando enérgicamente a través de la música, un arma ciertamente poderosa – aunque no siempre lo suficiente ni lo necesario. Alternando los furiosos embates instrumentales con inevitables momentos de respiro para compensar, intercalando temas de toda su trayectoria, propios y ajenos,  transpuestos de un ritmo a otro, acelerando unos y relajando otros, fue transcurriendo la velada. Un nuevo invitado apareció micro en mano sobre el escenario, el portugués Daniel Lança, con quien compartieron varios de los temas más incendiarios de la noche. A medida que avanzaba la noche  y se acercaba el final, muchos se preguntaban si finalmente aparecería un último invitado que había anunciado su presencia – y sí, efectivamente: para cerrar la fiesta salió a escena Fermín Muguruza, a quien es muy difícil ver cantando por aquí a causa de ese veto que le convierte en artista políticamente proscrito desde hace muchos años. Con el imperecedero “Sarri Sarri” tocaba a su fin la convocatoria festiva de La Ventura y el reencuentro con Fermín, con Manu y compañía, y con su causa musical, cultural y social. No dudamos que nos seguiremos viendo por el camino, porque siempre hay más veces y más lugares ¿La próxima estación? Esperanza, por supuesto.

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