MARILLION – A sunday night above the rain

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Un dinosaurio en plena forma

El que suscribe ha sido, es, de los que piensa que cuando en 1988 ocurrió la traumática separación de Marillion, la banda se llevó el nombre y Fish se llevó el talento. La incorporación de Steve Hogarth aportó una voz de una calidad inesperada, pero el nivel compositivo aparentemente cayó en picado: era el fin de la gran esperanza blanca del rock progresivo.

Pasados los años (¡casi treinta!) uno mira atrás y ve que, en gran manera, se equivocaba: el grueso de fans de la banda de final de los ochenta esperábamos que siguieran sonando como sonaba con Fish, y no supimos ver que simplemente lo que había era un cambio de rumbo en el estilo, debido por supuesto a la ausencia del protagonista Fish y a la incorporación del no menos influyente Hogarth, como no podía ser de otra manera. Ahora veo que perder el toque Genesis no era perder en sí, sino evolucionar: a mejor o a peor, queda ya a gusto del consumidor.

Lo que sí es cierto es que desde la publicación de Seasons end en 1989, Marillion se han visto arrastrados a una suerte de azarosa trayectoria en que han estado obligados a convencer continuamente de la calidad de su producto, como si no la tuviera (curiosamente, a Fish no le pasó tanto, de alguna forma también se llevó el prestigio), hasta el punto de que problemas de financiación estuvieron a punto de dar al traste con la continuidad del proyecto, problemas que se acabaron con la sensacional respuesta de los fans en operaciones de crowdfunding para la grabación de Anoraknophobia (2001) y Marbles (2004).

Han logrado superar esa época oscura para llegar al status de banda de culto, entre otras cosas gracias también a la solidez del bloque: la formación es fija desde hace veinticinco años, lo que demuestra que ellos son los primeros que se creen lo que hacen.

Este, su décimo álbum en directo, no es realmente un enésimo repaso de la trayectoria de esta segunda etapa de la banda, pero el hecho más reseñable es la perfecta forma en que se encuentran todos sus miembros (más gordos, eso sí, y si no que se lo digan a Steve Rothery): Los Ian Mosley (batería), Pete Trewavas (bajo), Mark Kelly (teclados) y Steve Rothery (guitarra) suenan per-fec-tos, y la voz de Steve Hogarth está exactamente igual que hace veinte años. El resultado en este caso es dos horas y media del mejor rock progresivo con una calidad sonora excepcional y una claridad apabullante. Sí, he redescubierto a Marillion tras perderles el gusto con Brave en 1994.

Básicamente, el contenido de este doble álbum se trata del último disco de estudio enterito (Sounds that can’t be made de 2012), más unas pocas piezas escogidas: Waiting to happen (de Holidays in Eden de 1991), This strange engine (del disco homónimo de 1997), Neverland (de Marbles de 2004), The king of Sunset Town (de Seasons end de 1989) y Garden party, único guiño a la época Fish, con el que cierran los bises. Perfecto todo, y si no te lo crees mira cómo interpretan Power  o Sounds that can’t be made .

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