THIRTY SECONDS TO MARS

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¿El nuevo mesías?

Jared Leto vive al límite. El límite que separa un cierto post-rock de tintes épicos (si es que tal cosa existe, entiéndanme) del bodrio épico adolescente. Los discos confunden: hay un poco de ambas cosas y la indefinición puede terminar llevándote a uno de sus conciertos. Lo que fue el caso.

A pesar del retraso (el concierto coincidió con el primer aniversario de la tragedia en el Madrid Arena y el celo en la seguridad retrasó los trámites) debo confesar que aún mantenía las esperanzas intactas cuando los dos señores que Leto tiene contratados para los intermezzos (o, dichos de otro modo, para llenar los ratos muertos) traspasaron la tela que cubría el escenario y aparecieron, trajeados y enmascarados, apuntando al público con un par de linternas al ritmo del Elephant de Tame Impala. Cuánta clase, me dije, mientras los asalariados de Leto iluminaban a la chavalería al son de los guitarrazos de los australianos. Con el último acorde, pensaba yo para mis adentros, caerá el telón y la solemne melodía de Birth llenará el Palacio.

Y lo llenó. Pero tres canciones y diez minutos después de que terminará Elephant y cuando lo de las linternitas hacía ya rato que había pasado de recurso original a oportunidad desperdiciada.

Y así todo.

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El líder de Thirty Seconds apareció como un mesías, no solo por el look Jesuscristo posmoderno con el que sorprendió sino, efectivamente, porque bajó de los cielos encaramado al set de luces y se instaló en un loft de ochenta metros cuadrados en el centro del escenario. A derecha e izquierda, pasando del público y para mayor gloria, supongo, del amado líder,  teclista (Tomo Milicevic, que también actuó de segundo guitarrista) y batería (Shannon Leto) percutían sus instrumentos mirando al jefe. El público, alzando los brazos y formando el desconcertante símbolo del triángulo, confirmaba que estábamos ante la reunión de una secta, no sé si satánica pero desde luego sí criminal por cobrarle cincuenta euros a cada asistente.

Al tema inicial le siguió un pequeño repaso de su anterior trabajo que incluyó canciones como Search and destroy o This is war, título que da nombre al álbum. Todo acompañado de una ingente cantidad de luces, efectos y vídeos que no terminaba de llenar el vacío en el que nos sumió la banda de Leto la noche del jueves.

A los grupos grandes, y a las grupos buenos, aunque sean pequeños (se me ocurrió mientras volvía a casa), el público les alienta para que toquen los temas que quieren escuchar y también les exige que sorprendan con canciones inesperadas. Jared Leto se pasó la noche recordándonos todo lo que nos quiere, jaleando al público para que animaras más y declarándose en deuda con nosotros. Es otra forma de afrontar el directo. A mí me parece lamentable, por mucho cariño que necesiten los adolescentes.

Quién sabe si porque se sentía agobiado con tres personas en semejante escenario, Hurricane, City of angels y  From yesterday llegaron en solitario y en acústico. Tras ellas, el que quizás fuera el mejor tema de la noche: Stay, de Rihanna, balada pop romántica que no engaña a nadie y funciona hasta cantada en la ducha un domingo de resaca.

En cada cambio de tercio, los trajeados muchachos que casi nos sorprenden al comienzo ejecutaban algún ejercicio circense a modo de entremés. Todo perfectamente desconectado de las canciones precedente y subsiguiente. Hubo globos y confeti como para que Ana Mato organizase tres fiestas de cumpleaños más. Up in the air y para casa.

Pobre, pobre Lou.

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