KIKO VENENO + SWEET BARRIO

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Genio, figura y alegre lucidez
Texto y fotos: Javi G. Espinosa
12 Octubre 2019, Ochoymedio [Sala But] (Madrid)

Kiko Veneno ha vuelto a Madrid para presentar su último trabajo, «Sombrero roto«, un álbum que nos trae de nuevo a un Kiko tan lúcido, guasón y surrealista como de costumbre, con esas letras tan personales e inconfundibles, donde la ironía y el humor ponen el barniz de color amable a reflexiones mucho más profundas de lo que a primera vista parecen, llegando a ser algunas veces hasta duras y descarnadas, incluso diríamos que amargas, si no fuera por esa película de azúcar con que Kiko las pinta por fuera para que entren mejor, con una sonrisa.

En este disco vuelve a dar en la diana con todos y cada uno de los temas, en los que hay hueco para el amor y las relaciones personales pero también para la crítica social y la denuncia moral de tantas miserias que nos acechan. Eso sí, Kiko siempre pone buena cara al mal tiempo, y hasta las penas nos las hace más llevaderas con su alegría. Entre sus nuevas tonadillas hay buenas muestras de su genio y de su arte que, ya se intuye, serán clásicos inmediatos – como la magistral «Yo quería ser español«, con toda la esencia del mejor Kiko, o «La higuera» con ese vacilón de ritmo y de letra, o la propia «Sombrero roto» que da título al disco. Una buena colección de coplas a las que hincar el diente en vivo.

La velada la abrieron Sweet Barrio, es decir: Irene y Maxi, un dúo madrileño (de Usera, para más señas) que después de mucho tiempo tocando en pequeños escenarios, en plena calle y en todo tipo de fiestas y saraos populares, está teniendo un año triunfal, ganando adeptos en cada bolo y asomando en los carteles de festivales importantes, con su propuesta fresca y descarada que mezcla de forma muy natural los sonidos flamencos de barrio con las guitarras jondas afiladas y algunos toques de electrónica. Un sonido que van haciendo personal y reconocible, y que suena mucho más auténtico y sentido que otras propuestas de corte similar con envoltorio más llamativo y mucha más promoción. Se notó que ya van teniendo un público que les sigue, y además llamaron la atención de buena parte de la parroquia que iba llenando la sala para ver a Kiko (al que reconocieron como importante influencia, dedicándole además un tema). Una gente a la que no hay que perder la pista.

Cuando salió a escena Kiko con su Banda del Retumbe la sala ya estaba llena, y dispuesta a bailarse y cantarse el nuevo disco de Kiko y todos sus clásicos. Para empezar la fiesta, «Los delincuentes«, el viejo tema de Veneno del que ha salido el título de este «Sombrero roto«. A partir de ahí, Kiko y su banda fueron desgranando este último álbum completo, como habían prometido. Como es natural, meter temas nuevos en el repertorio obliga a que salgan otros, aunque haya quien se resista a no escuchar sus favoritos y los reclame con insistencia, pero como elegantemente aclaró el propio Kiko para zanjar el tema: hay vida más allá del «Lobo López«.

Cuando alguien presenta un nuevo disco es cada vez menos frecuente que lo toque entero, pero estas canciones se prestan todas a subirse al escenario y a mostrarse en vivo cada una en su esencia, unas más íntimas y acústicas (en algún caso con la voz y la guitarra de Kiko nada más, o acompañado por Diego El Ratón), otras más alegres y bullangueras, algunas en una onda más flamenca, otras con un toque discotequero – curiosamente, hay quien se ha sorprendido con los frecuentes toques electrónicos y funkies de este trabajo, cuando en realidad Kiko se ha manejado a gusto en esos terrenos casi toda la vida (recordemos sus discos de mediados de los 80 o sus apariciones en La Bola de Cristal). Lo suyo al fin y al cabo siempre ha sido picotear de aquí y de allá para tejer su propia tela.

Otra cosa que siempre ha cuidado ha sido los músicos que le respaldan, y en esta ocasión no iba a ser menos: una banda de ocho versátiles acompañantes que se multiplican tocando diferentes instrumentos cada uno en distintos momentos, desde pitos carnavaleros, vibraslap, armónica o violín a teclados, samplers y percusiones varias – amén de las guitarras (hasta cuatro a la vez) y contrabajos. Por si fuera poco, hubo también un saxo invitado en un par de temas. Y para el fin de fiesta, allí salió Tomasito a echarse unos bailes, unas palmas y unos vuelos, despidiéndose al final un plantel de once músicos encima del escenario. Casi nada. Mucho arte, y todo un lujo.

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