MIGUEL RIOS – 40 aniversario Rock & Ríos

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Los viejos rockeros siguen dando batalla

WiZink Center, Madrid 11 Marzo 2022

Texto y fotos: Javi G. Espinosa

Quién me iba a decir a mí, cuando tenía diez años y alucinaba escuchando una y otra vez esa cinta que le habían grabado a mi hermano con el recién publicado “Rock & Ríos”, que cuarenta años después iba a ser testigo de la reedición de aquellos dos míticos conciertos, con el mismo repertorio y los mismos músicos más un montón de invitados de varias generaciones acompañando a un Miguel Ríos que sigue incombustible y pletórico, demostrando que, en efecto, los viejos rockeros nunca mueren. O al menos, envejecen de forma diferente al resto de los mortales, porque es envidiable ver cómo se desenvuelve Miguel bajo los focos, conservando su legendaria energía escénica y la potencia de su voz.

En 1982 Miguel Ríos ya llevaba dos décadas de carrera a sus espaldas y para muchos de los jóvenes de la época era ya casi un carroza cuarentón. A pesar de ello, Miguel tuvo la valentía de montar un show como jamás había osado ningún músico español, con un despliegue técnico como el que movían en esos años las grandes figuras internacionales. La cosa salió tan bien que supuso un éxito mayúsculo y desembocó en una espectacular gira, a la que seguirían otras cuantas de la misma envergadura a lo largo de los primeros años 80, abriendo el camino para que otros se lanzaran tras él.

Lo que ni él mismo hubiera imaginado entonces es que, 40 años después, repetiría la hazaña de llenar un pabellón de deportes en Madrid durante dos noches seguidas, y además tocando el mismo repertorio y acompañado prácticamente por los mismos músicos que en aquella ocasión histórica. La cita comenzó puntual: daban las diez de la noche cuando se apagaron las luces y comenzaron a aparecer los músicos en el escenario, precediendo al patrón y patriarca, que salió como si por él no hubiesen pasado estos 40 años, aunque ya no fuera enfundado en sus famosos pantalones a rayas sino vestido de negro de pies a cabeza, chupa de cuero incluida.

El entusiasmo se desató entre el público desde el arranque del concierto, que no podía ser de otra manera que no fuera saludando a los hijos y los nietos del rocanrol. «Bienvenidos» es uno de esos himnos generacionales que la gente tiene metido casi en el ADN desde hace ya cuatro décadas, y que sigue siendo una manera inmejorable de abrir un concierto y hacer que la audiencia participe desde el primer minuto. Con el público predispuesto y la banda engrasada era cuestión de ir viendo las sorpresas que nos iba a ir deparando la noche, ya que el repertorio en principio lo sabíamos (aunque algún cambio también hubo respecto a aquellas dos noches del 82) pero había anunciada una larga lista de invitados que permitían aventurarse a hacer quinielas para ver quiénes aparecerían cada noche y qué canción compartiría cada cual con el anfitrión.

Y la primera sorpresa fue ver a Anni B. Sweet para interpretar «Nueva Ola» antes de lo que hubiera correspondido según el orden primitivo de las canciones. A continuación, salió a escena Javier Vargas para hacer «Un caballo llamado Muerte», canción que Javier y Miguel compusieron juntos y que ya a finales de los 70 prevenía de los peligros de la heroína. La nómina de invitados era larga, y el siguiente en la lista era Víctor Manuel, que cantó con Miguel el «Blues del autobús», esa oda a la vida en la carretera de la que ambos son coautores. Los siguientes en aparecer en escena fueron Amaral, que se sumaron a la interpretación de «El río» y dejaron el testigo a Shuarma, que compartió con Miguel las voces de «Ciudad de neón».

Miguel disculpó la ausencia de Salvador Domínguez a la hora de hacer «Banzai», y para compensarla presentó a Jorge Salán en la guitarra y sumó también a Carlos Tarque para compartir las tareas vocales. Salán se quedó en el escenario para el siguiente tema, «Reina de la noche», en el que la voz acompañante fue la de Ainoa Buitrago. Hasta hubo un momento en que Miguel notó que estaba yéndose de tono y mandó parar a los músicos para disculparse y comenzar de nuevo «Al sur de Granada». Pequeños detalles que también son muestras de grandeza. Acto seguido hacían su aparición Javier y Lucía Ruibal para acompañar a Miguel en un viaje psicodélico por «Al-Andalus» que incluyó flautas, palmas, taconeos y hasta los clásicos vaciles de Miguel con la basca.

Quedaba mucha tela que cortar todavía, incluido el emotivo recuerdo a los músicos que nos dejaron en «Los viejos rockeros nunca mueren», con una pléyade de figuras apareciendo en las pantallas del escenario. Y seguían desfilando más invitados: Mikel Izal compartió con Miguel el «Rocanrol Bumerang», y tras él Pucho y Guille de Vetusta Morla se unieron a la banda para hacer «Extraños en el escaparate», recordando además que las fronteras no existen más que en la imaginación. Hubo un pequeño respiro para coger fuerzas, y hasta se animó Miguel a colgarse una guitarra acústica para entonar el comienzo del «Himno a la Alegría», que acabó con toda la banda en un memorable crescendo que puso el punto y aparte, cuando ya llevábamos dos horas de concierto.

Falataba la traca final: volvieron los músicos a escena y el primero en sumarse a la fiesta fue Ariel Rot al ritmo de «Sábado a la noche», dando entrada a Johnny Burning y su «Mueve tus caderas», y recibiendo todos a Alejo Stivel para hacer juntos «Rock and Roll en la plaza del pueblo». Y aunque no estaba anunciado en el cartel, en el ambiente flotaba la esperanza de que Rosendo dejara por un rato su retiro y volviese a colgarse la guitarra. Soñar no cuesta, y a veces los sueños se hacen realidad: allí estaba el de Carabanchel, de andar por casa y con barba, poniendo de pie con «Maneras de vivir» a las pocas personas que aún aguantaban en sus asientos.

Poco más cabía pedir, y echando cuentas sólo faltaba que Lele Laina y José Luis Jiménez salieran a recordar «Mis amigos dónde estarán», llenándose de nuevo las pantallas de rostros conocidos y añorados, en este caso de los de aquí, de los de todos los compañeros de carretera y escenario que tantos momentos compartieron con los allí presentes y que se fueron demasiado pronto. Miguel y su banda aún guardaban un par de potentes cartuchos para despedirse, y echaron ya el resto con «El laberinto» y «Lua Lua Lua», repitiendo el glorioso final del «Rock & Ríos» original. Dos horas y media de feliz reencuentro con unos músicos y unas canciones que han marcado las vidas de los miles de personas allí reunidas, y de muchas más que hubiesen querido estar.

No está mal para aquel joven carroza que hace 40 años revolucionó los conciertos en directo en este país, y que ahora mismo, acercándose ya a los 80 tacos, sigue siendo capaz de sacudirnos y emocionarnos durante más de dos horas, y al día siguiente repetir la jugada, algo al alcance de muy pocos.

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