ALBERT PLA Y DIEGO CORTÉS

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Sobre el escenario no hay polémicas: solo genialidad

Una abarrotadísima sala Galileo Galilei (bien es cierto que el ochenta por ciento de la superficie está ocupada por mesas) recibió el pasado viernes a Albert Pla y su ilustre acompañante, el virtuoso guitarrista flamenco Diego Cortés. Difícil (otro de los logros del artista catalán) establecer un patrón entre los asistentes: de imberbes universitarios a parejas de jubilados, de jóvenes de trazo hipster a talluditos rockers de la primera ola, un popurrí sociocultural que muy pocos músicos son capaces de conseguir.

No se trataba en esta ocasión (como sucediera hace poco más de un mes) de otra representación de su proyecto músico-teatral Manifestación, aunque mucho de teatral tienen siempre las actuaciones del catalán y algunas de las canciones que formaban parte de aquel espectáculo también formaron parte de este, así como un fragmento del monólogo.

Ataviado con túnica blanca y botas de agua, Albert Pla se presenta en solitario. En el escenario, un sofá, la silla que posteriormente ocupará el maestro guitarrista y una máquina de humo con la que el cantante jugueteará durante todo el show. Como, quizás, no podía ser de otra manera, la primera en sonar fue Están cayendo bombas en Madrid, tema estrenado este mismo año con la que el cantante aprovecha para dar las buenas noches a la ciudad que le acoge y, en nombre de un supuesto ejército de protección civil, advertir a la población de que están bombardeando la ciudad. Parodia y desconcierto desde el minuto cero, porque ese es el material con el que el catalán construye sus edificios: canciones narrativas de delirante desarrollo en las que, según el caso, enseña a construir un bomba o nos cuenta las dificultades morales que plantea mantener una relación sentimental con una terrorista.

Diego Cortés también tiene sus quince minutos de gloria en solitario. A modo de descanso, Pla se retira y cede por completo el escenario a su compañero, que lo aprovecha para hacer lo que mejor sabe, ofrecer un pequeño recital de guitarra flamenca que empieza desde abajo para ir cobrando fuerza, velocidad y desparpajo hasta que, finalmente, guitarrista y público terminan viniéndose arriba. Literalmente. Primer momento climático de la noche.

Tras la vuelta del protagonista, casi otra hora más de lo mismo: historietas desquiciadas que la voz nasal e infantil de Albert Pla se encarga de convertir en obras de arte: La colilla, Novia de 100 ojos, Teófilo Garrido y, oh, milagro, Veintegenarios, enorme canción incluso sin la participación de Manolo Kabezabolo, Fermín Muguruza y Roberto Iniesta.

Pareció sentirse a gusto Albert Pla sobre las tablas madrileñas. Estuvo generoso con el minutaje, se paseo entre el público con la sala apenas iluminada por una extraña diadema de luces que se sacó de la chistera, no racaneó (todo lo contrario) con los bises y, por fin, también hubo ocasión de escuchar El lado más bestia de la vida, libérrima adaptación del clásico de Lou Reed al grito de “Diego, suelta las fieras”, pero lo cierto es que las fieras llevaban sueltas ya dos horas.

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