CAT POWER

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Tedio y éxtasis en el mismo saco

Hay algo en la cantante de Atlanta Cat Power que me resulta inquietante: su absoluta inseguridad y dudas a la hora de abordar las canciones. Una inseguridad que sigue latente cuando algo se sale de la norma, y la canción avanza renqueante entre toses (debido al resfriado que traía) y movimientos compulsivos de micrófono para encontrar la perdida estabilidad. Pero cuando todo progresa a pedir de boca, sin sobresaltos, las notas fluyen y ya no hay dudas a la hora de interpretar los temas. En esa dicotomía se mueve la grandeza interpretativa de Power, más allá de su elegancia vocal y física: el encuentro entre lo sublime y la fragilidad.

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En su vuelta a Madrid tras su última cancelación hace un par de años, a Cat Power se la vio animada y  comunicativa con el público, anunciando su embarazo y recibiendo enhorabuenas por parte del respetable. Esos guiños de complicidad entre artista y público se mantuvieron a lo largo de todo el concierto, expresados en una mezcla  de italiano y español.   Su maravillosa y frágil voz conmueven con facilidad, pero el éxtasis que se presuponía en este tipo de conciertos “desnudos” (Power sólo se acompañó de una guitarra eléctrica y  piano), sólo llegó en breves intervalos. Frialdad y magnetismo se dieron de la mano en un largo y laberíntico show de pop y folk oscuro, donde no sabías si era mejor el remedio que la enfermedad. Un viaje a la emoción cortado por las dudas del caminante. Si eso no era poco, el recinto no acompañaba. Y pese al silencio del público madrileño (algo difícil de conseguir en el “moderneo” de la capital), este mismo espectáculo en un teatro o similar hubiese ganado en intensidad, sónica y emoción.

Cat ofreció un concierto extenso (dos horas y 31 temas en total), sin apenas parones entre canción y canción, como si el aplauso del público no le dijese nada. A la hora y media el show y la magia se fueron diluyendo, perdiéndose la capacidad de emocionar e intrigar al espectador, y el concierto se convirtió en uno más, otro de la lista, algo que nadie espera cuando va a ver a Chan Marshall. La gente iba abandonando la sala poco a poco y comentando entre murmullos que ya casi era el momento de que acabase. Si, hubo grandes momentos (“Great expectations”, “The Greatest” o las versiones sui generis tipo “Naked if I Want To” de Moby Grape,  el “Can I Get a Witness”  de Marvin Gay o el irreconocible “Satisfaction” de los Rolling), pero otros dejaron mucho que desear, aunque quizás ahí reside la grandeza de Power. Encontrar ese momento que vale por el resto de momentos, el instante perfecto.

Rosas blancas como  broche final y en el aire una sensación de magia e indiferencia dependiendo del grado de adhesión a la cantante.

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