II FESTIVAL SURFORAMA
Arrollador fin de semana al calido y vibrante ritmo de guitarras soleadas
Por segunda vez se ha celebrado en Madrid el Festival Surforama, que cuenta también con su edición en Valencia – lógicamente anterior a la madrileña, que para eso allí tienen playa y nosotros no. Se presentaba un fin de semana interesante con un cartel variado en tendencias y procedencias que resultó ser tan entretenido como prometía, con la mezcla de viejos y nuevos grupos, incluso uno creado sólo para el evento.
Y precisamente de esta efímera banda fue el honor de abrir la fiesta: el omnipresente y siempre inquieto Fernando Pardo no podía faltar a esta cita, y para la ocasión se sacó de su inagotable chistera un homenaje al maestro Dick Dale junto a sus amigos los también madrileños Imperial Surfers (otros que repetían después del año pasado), reconvertidos para la ocasión en los Imperial-Tones. Totalmente uniformados – menos Fernando, que al menos vestía con los mismos colores que el resto, aunque su melena sí que contrastaba con los otros músicos – comenzaron al ritmo del clásico “Peter Gunn”, para ir encadenando unos temas con otros en un show sin apenas respiro; la labor destacada del saxo ayudado por las guitarras como nexo de continuidad entre las canciones y una elección bastante personal del repertorio, así como la cuidada preparación de cada número y las ganas de pasárselo bien de todos, personificadas en el batería (al que Fernando definió como un cruce entre Popeye y una central nuclear) hicieron del suyo un comienzo intenso, a la altura del evento.
Los segundos en desfilar fueron Los Banditos, venidos desde Alemania. Su propuesta fue quizás la más heterogénea de todas, mostrando influencias más diversas que el resto, lo que no les restó interés en absoluto, ya que mostraron una buena capacidad como intérpretes. Destacar al guitarrista, que cada vez que parecía que se iba a quedar dormido, estaba pensando en los siguientes destellos que haría saltar de su instrumento para sorprendernos; también el bajista tuvo importante presencia, poniendo voz – en inglés y alemán – a algunos temas, y aportando dureza y contundencia al sonido y a la imagen del conjunto; aunque el verdadero protagonista en escena es el Comodoro Rodríguez Flamingo, auténtico showman y hombre orquesta que anima el cotarro sin parar a la vez que alterna la guitarra con la trompeta y con el Farfisa. Un espectáculo para que todo el mundo se lo pasase bien, a la vez que se mantenía el buen nivel musical.
Y para cerrar la primera noche, qué mejor que un grupo de California. Muy poco conocía de Slacktone pero he de decir que me sorprendieron por lo sencillo y tremendo de su potencia en directo, deudora de los sonidos cercanos al punk tan populares por la costa oeste (nada extraño siendo casi vecinos de Social Distortion). Solo tres tíos: Sam Bolle, un bajista que también parecía más cómodo con los ojos casi cerrados pero no perdía el hilo ni lo más mínimo y de vez en cuando despertaba para reclamar su turno de lucimiento; Dusty Watson, un batería grande, serio y contundente, absolutamente eficaz y que hizo los alardes justos (o sea, todos los que le dio la gana); y sobre todo Dave Wronski, un guitarrista con una energía casi ilimitada que empleaba tanto en tocar brillantemente las seis cuerdas como en moverse incansablemente y mostrar en todos sus gestos un entusiasmo totalmente apasionado. No hizo falta más. Sin duda, un gran grupo.
Y con esto concluyó el primer acto, que nos dejó un buen sabor de boca. El segundo acto (o el entreacto, como se prefiera) era el sábado a mediodía, en el Irish Rover con The Burlons haciendo otro tributo de ley, en este caso a los Shadows, pero lamentablemente me lo perdí por otro compromiso ineludible anterior y no os puedo contar lo increíble que debió ser aquello también. Así que lo siento yo más que vosotros, creedme.
El acto final, el sábado por la noche de vuelta al Gruta, esta vez con mayoría de bandas españolas. Empezaron Los Pataconas, representando a Valencia (y homenajeando en su nombre a una de sus playas), que continuaron el homenaje a los Shadows con “Scotch on the Socks” para abrir su concierto, durante el que fueron presentando los temas de su reciente primer LP, “Spanish Bandito” y hasta alguna canción nueva. Cumpliendo a su manera los cánones de uniformarse y hacer sus pasos de baile en escena, tal vez no fueran lo mejor a nivel musical – algo difícil entre tantas bandas de músicos veteranos, a lo que habría que añadir que no tuvieron suerte con el sonido – pero pusieron una nota divertida en el poco tiempo que tuvieron, y sobre todo nos ofrecieron el sonido más playero y soleado que se escuchó en todo el fin de semana. Se nota ese Mediterráneo…
El cambio fue radical con la siguiente presentación en escena, la de los navarros The Brillantinas, que se reunían después de un largo tiempo y la verdad es que se les notaban las ganas. Muy poco que ver con la onda de los anteriores (algo de agradecer, la variedad a la hora de elaborar los carteles); a éstos el ser de tierra adentro les da un aire más crudo y, desde luego, nada playero – aunque por desgracia sí coincidieron en sufrir también algunos problemas con el sonido y aquello derivó por momentos en algo atronador que impedía permanecer delante del escenario. Detalles y complicaciones aparte, en las partes que pudimos disfrutar presenciamos un derroche de energía y buen gusto, con el protagonismo enfocado al comienzo en los duelos de guitarras entre una preciosa Gretsch blanca y una Fender Jaguar; después hubo lugar para alternar ambas guitarras con las maracas y hasta con el órgano Korg, redondeando un show que nos dejó también con ganas de un poco más.
Y como remate de la jugada nos faltaban The Rapiers (venidos del Reino Unido exclusivamente para poner fin al festival), que recuperaron el sabor más auténtico y añejo de los primitivos conjuntos de rock: impecables trajes – incluyendo el pañuelo asomando y las corbatas con el anagrama del grupo, todo con minuciosidad británica – que les daban una elegante presencia, coordinadas y precisas coreografías que animaban el escenario, al igual que las alternativas en el protagonismo de los músicos a la hora de ir desgranando todo un repertorio de piezas clásicas del rock de los 50’s y primeros 60’s (esta vez sí, casi todas cantadas) y, por supuesto, la visible profesionalidad de todos ellos como músicos nos hicieron disfrutar de un estupendo show como los de hace 50 años. No en vano, el solista Colin Pryce-Jones lleva más de 40 años de andadura acompañando con su guitarra a grandes músicos, y hace ya más de veinte que montó esta magnífica banda para reverenciar la música que nos apasiona a todos. Le acompañan estupendamente en el escenario Nathan Hulse al bajo y Neil Ainsby a la guitarra, alternándose ambos en las voces principales; y por supuesto no me puedo olvidar del batería John Tuck, la viva imagen de Charlie Watts y una auténtica máquina: le dejaron solo un rato y se despachó a gusto, eso sí, sin perder ni un ápice la compostura. Perfecto remate a un festival que, sin llegar a los llenos totales, sí que registró una buena entrada ambos días.