ILEGALES

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Los Ilegales, tan brutales como siempre en su adios

Ilegales son, sin ningún discusión, de esos grupos ya legendarios, que marcan diferencias con el resto: más de 30 años en la carretera y una larga lista de brillantes canciones que han pasado a ser clásicos y que merecían ser recogidas, corregidas y aumentadas, como se ha hecho para la ocasión: “126 Canciones Ilegales”, las obras completas (incluyendo todas las canciones grabadas en los álbumes de estudio más otras cuantas inéditas) con las que Jorge ha decidido poner un punto y aparte – que no final – en la trayectoria de la banda. Personalmente, se ha sacado la espina del deficiente sonido que tenían algunos discos cuando se editaron, y además se ha dado la satisfacción de grabar algunos temas que, por diferentes motivos, no llegaron a ver la luz en su día pero ahora podemos disfrutar al fin en una edición realmente excepcional.

Para los que éramos unos chavales al comienzo de los 80, escuchar cosas como “Hola, mamoncete ¿qué haces por aquí?…” o ”Soy un macarra, soy un hortera…”, tocadas y cantadas con tanta mala leche pero tan buen humor, desde luego nos marcaron para siempre. Quizá entonces sólo nos pareciesen divertidas, pero cuando ya empiezas a engancharte a la música te vas dando cuenta que esas canciones eran realmente tremendas, porque detrás de aquellas barbaridades que Jorge escribía y berreaba había verdades como puños, que te golpeaban sin que pudieras quedarte indiferente. Y no solo eso: empezabas a ver claro que, al contrario que muchas bandas de la época, no vendían una imagen sin tener ni idea siquiera de coger los instrumentos (no digamos ya de tocarlos…) sino que basaban todo su potencial precisamente en su sonido y sobre todo en su directo; porque estos se notaba que sí sabían tocar, especialmente ese tío alto y calvo con cara de pocos amigos. Joder, cómo sonaba esa guitarra….

Y como sigue sonando, porque aquí siguen y nosotros con ellos; todos con treinta años más pero prácticamente los mismos que entonces, para decirles hasta luego como se merecen. La organización tuvo la idea de poner a la venta para la ocasión unas entradas especiales que permitían, entre otras cosas, el acceso exclusivo a la sala durante el ensayo/prueba de sonido, pero la descoordinación y la confusión entre el personal responsable de la entrada hizo impacientarse a quienes habían pagado esa entrada y estaban aún en la puerta mientras escuchaban como en el interior de la sala la banda ya comenzaba a sonar. Pese a esta inconveniencia, finalmente pudimos ir accediendo y presenciar parte de este calentamiento donde se podía esperar – incluso pedir – cualquier tema, hasta esos que en los conciertos casi nunca hacen (me sorprendió felizmente escuchar, por ejemplo, “Algo prepara una emboscada”: ese “Hey poli, han devorado al cartero…” ).

Con cierto retraso ya sobre el horario anunciado y con poco tiempo para atender a los fans, tuvieron que volver a los camerinos para empezar puntuales y poder tocar todo lo previsto (aquí ya sabemos que puedes empezar cuando quieras, pero hay que acabar a la hora que te han dicho). Tomaron posiciones sobre el escenario y empezaron a descargar uno tras otro esos himnos que todo el público se sabe de memoria y canta con el mismo entusiasmo que el propio Jorge, desde los primeros éxitos hasta las grandes canciones de los últimos tiempos; fueron alternando los temas más salvajes y los más relajados, para dar respiro a los presentes entre baile y baile. La concurrencia, realmente entusiasta toda la velada, no perdía ocasión de corear cada tema y de agitarse casi violentamente al son de las consignas ilegales.

El sonido estuvo a la altura de lo esperado (si Jorge, siempre exigente en este aspecto, está contento es que no hay nada que objetar). Ni siquiera los problemas que hicieron necesarios cambios en la batería un par de veces pudieron hacer que decayera la fiesta, ya que Jorge aprovechaba para recordar anécdotas (nos enteramos de curiosidades como que algunos baterías, en casos de extrema necesidad sexual, ¡hasta rezan!), incluso para adelantar el blues final, en previsión de la casi segura falta de tiempo. Aunque no fuera una noche nostálgica si echó en algún momento la vista atrás, especialmente para romper un poco la imagen de broncas que siempre le ha seguido, recordando que también ha sido siempre generoso cuando los colegas lo han necesitado, pese a que algunos no lo merecieran …ni siquiera lo agradecieran.

En resumen, una cita inevitable que nos dio lo que esperábamos – aunque en otro recinto más flexible en los horarios pudiera haber sido aún más, pero difícilmente mejor. Ahora aguarda la nueva etapa de Jorge Ilegal y Los Magníficos, de la que esperamos nos seguirá sorprendiendo y haciendo disfrutar; no en vano, Jorge ha sido y será una de las cabezas más brillantes (y por dentro mucho más que por fuera) del rock español. Sin duda lo será por muchos años, porque además tiene el buen gusto de negarse a envejecer. No todos pueden, pero él sí.

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