THE CHROME CRANKS

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Barro, sudor y mucho boggie en la Wurli

I – De cómo se conoce a una banda como esta.

Hará unos dos años, mientras se cocinaba el primer disco de unos niñatos que se creían nacidos en Detroit, servidor conoció muchas de las bandas que hoy pueblan su discoteca particular gracias al maestro Astray.

The birthday party, Dead moon y The gun club entre otros muchos formaban parte de ese ideario musical que hizo que aquellos niñatos vistiesen camisa blanca por primera vez y se dejasen de chándal y deportivas. Aún recuerdo esos speech en los que el maestro nos hablaba a los cuatro como si de una conferencia de Ortega y Gasset se tratase. Todos en el suelo, escuchando “She´s like heroine” mientras él nos decía: Esto son señores muy malos y con mucho estilo, ¿Ha quedao claro? Y nosotros asentíamos como diciendo: Amén. Desde entonces no sé si seremos mejores músicos – no creo –  pero si peores personas.

“Nightmare in pink”. Esa fue la primera canción que escuché. Aquello sonaba sucio, oscuro, desgarrado, pero sobre todo sonaba PELIGROSO. Aquello parecía una alarma de seguridad sonando, como diciendo: Se han escapado los locos del frenopático, apártate. Cuando un disco suena a que sus intérpretes tienen algo jodido en la cabeza, es que es bueno. Eso pasa con los discos de Chrome Cranks, uno inmediatamente siente que algo falla – bendito fallo – en el equilibrio humano de sus componentes. Suenan a grito desesperado, a sálvame o jódete, pero sangra conmigo.

Ain´t no lies in blood se llama su último disco. Sobran los comentarios.

II – De cómo uno se confunde con la procedencia de la misma.

Me disponía a escuchar de nuevo aquel maravilloso Dead Cool, cuando de repente pensé: Vale, son australianos, pero no sé de dónde específicamente. Es lógico, creo que estarán de acuerdo en que es tan  lícito como poco profesional llegar a la rápida conclusión de que Chrome Cranks sean australianos. Sus parecidos con Beasts of Bourbon o The birthday party son especialmente reconocibles y el carisma a lo Nick Cave de Peter Aaron es indudable.

Total, que empiezo a buscar y ¡ZAS! Band formed in Ohio. En toda la boca, tío listo.

III – De cómo suena el boogie de las cucarachas.

El concierto de los Americanos (grabaron con Kim Salmon un split, que conste en acta, ¿eh?) fue un martilleo de riffs tan primarios como disfrutables. Son absolutamente conscientes de lo que quieren ofrecer y eso se nota desde el primer navajazo. Su función, básicamente, es hacerte creer que eres un tipo duro mientras mueves la caderita.

Sus letras son desgarradas, como pequeñas novelas que van directamente al hueso. Peter Aaron es una suerte de frontman / actor / escritor que atrapa a los presentes con sus hipnóticos riffs y su incansable nervio. Si yo muero en este puto escenario, tú mueres conmigo. Dejándose la piel dentro y fuera del escenario (Anduvo arrastrándose por la barra del Wurli mientras cantaba la desgarradora versión del “Lover of the bayou”), Peter logró mantener la atención de un público que reconocía la labor de cuatro animales sónicos que nos regalaban temas maravillosamente esquizoides mientras nos hacían beber la copa con una sonrisa de oreja a oreja.

Es lo que tiene el boogie de las cucarachas, que castiga y premia tu cuerpo a partes iguales.

 IV – De cómo acabar un concierto.

¿Cómo se acaba un concierto? Pues, sinceramente, creo que hay que hacerlo como lo hicieron los Chrome Cranks: Muriendo un poco. Me explico. Para una banda como la que nos ocupa, la palabra pasión queda fuera de toda duda. Si uno toca su guitarra agarrándose a ella como un clavo ardiendo, esperando a que venga el siguiente riff y luego el siguiente y lo único que quieres es que aquello no termine, la muerte del concierto, su final, debe ser tú final. Acaba el concierto y con él un poco de lo que tú eras antes de subirte al escenario. Esta ¿reflexión? Puede sonar pedante y romántica a partes iguales, pero si no lo digo reviento: Las bandas NO ACABAN LOS CONCIERTOS. Terminan y se van. Eso, estarán conmigo, NO es acabar un concierto.

¿Qué hacer pues? Recordar que eres humano, que eres uno más entre los presentes. Tocas “The lover of the bayou” y le dices al público que no eres nadie, que antes estuvieron los byrds, que eres un mindundi, pero que a pesar de todo quieres demostrar algo y quieres compartirlo. BIEN. Tocas el tema, que dura sus diez minutos y te vacías como si vomitases la bilis. Te bajas del escenario, miras a la gente a los ojos, te subes a la barra del bar, te bajas, te vuelves a subir, te arrastras, te bajas, vuelves a mirar a la gente a los ojos. La banda sabe que es su momento, sabe que ha venido al puto Wurli por tocar esos diez minutos. La audiencia que no es tonta piensa: HA MERECIDO LA PENA PAGAR ESTA ENTRADA. Ellos son felices. Tú también.

¿Es tan difícil? Debe ser, nadie lo hace.

V – De cómo cerrar una crónica sin pies ni cabeza.

TIRA EL PUTO CHÁNDAL Y CÓMPRATE UNA CAMISA.

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