THE PRETTY THINGS

0

Se despiden de las giras, pero no de los escenarios

Es habitual, cuando vas a un concierto en El Sol, poder encontrarte antes o después del bolo en los bares próximos a los músicos que están esa noche en el cartel (bueno, y también a otros, que ese día van como público o, simplemente, andan tomando algo por allí). Y no sólo a los de aquí: los artistas extranjeros que ya conocen desde hace tiempo España, y Madrid en particular, no dudan en coger fuerzas en las proximidades de la sala antes del show. Por eso no es extraño entrar en uno de ellos a tomar una caña en lo que se abren puertas y encontrar, entre la variopinta concurrencia, a un par de guiris con pinta de jubilados haciendo turismo que pasan desapercibidos para la mayoría, salvo para los que precisamente andamos por allí para verles subidos sobre el escenario un rato después.

Aparentemente, ahí están dos abueletes ingleses que se toman unas cervezas, como tantos otros en el centro de esta ciudad cualquier día a cualquier hora, pero con la particularidad de que estos dos son una parte esencial, aunque poco reconocida, de la historia del rock. No alcanzaron tanto éxito y fama como algunos compañeros de instituto (¿les suena de algo Keith Richards?) pero igualmente han sabido mantener el tipo y la dignidad durante todos estos años, manteniéndose incluso más fieles a sus raíces, y mucho más cercanos a su público. Básicamente, siguen siendo unos tipos que se juntan para divertirse tocando la música que les gusta, que al fin y al cabo es lo que llevan haciendo desde hace más de cincuenta años.

Y el caso es que The Pretty Things están anunciado esta gira como la de su despedida, aunque ellos mismos reconocen que es difícil que se jubilen nunca. Más bien, se limitarán a no estar en la carretera durante semanas recorriendo distintos países y encadenando conciertos intensos y sudorosos como el que, una vez más, nos ofrecieron aquí en Madrid. Algo lógico, por otra parte: antes o después, la edad es implacable y estos obreros del rock merecerían estar ya jubilados y viviendo tranquilamente de las rentas, pero probablemente eso no sea tan fácil como parece. Además, qué tendrán los focos y los aplausos del público, que tan difícil es renunciar a ellos. Seguramente, casi tan difícil como dejar de hacer lo que más te gusta, lo que mejor sabes hacer, lo que ha sido y es el motor de tu vida: vivir por y para la música.

Dick Taylor y Phil May siguen disfrutando con ésto como cuando eran chavales, se les nota, y se ve esa complicidad de toda una vida. Y es increíble cómo conservan la pasión y la energía, sin escatimar esfuerzos ni decibelios: a Phil enseguida le empieza a sobrar la chaqueta y la corbata, desplegando una voz que sigue siendo clara y poderosa mientras sacude incansable las maracas o la pandereta; y cómo suenan esas guitarras de Dick, precisas, ágiles y muy potentes hasta cuando empuña la acústica para un impresionante set de repaso a esos viejos clásicos del blues que llevan haciendo desde su años mozos. Desde luego, nada que envidiar a su viejo amigo Keith (tal vez hoy día hasta pudiera ser más bien al revés). También es evidente que ayuda bastante a ello la joven y potente base rítmica formada por Jack Greenwood a la batería y George Woosey al bajo, que les acompañan desde hace ya más de una década, mientras que el polivalente Frank Holland hace de puente generacional y ha aportado su oficio a la banda durante casi treinta años tanto con la guitarra como con la armónica, y hasta asumiendo en ocasiones la voz principal. Un conjunción más que solvente de experiencia, poderío y solidez que sacude y emociona, sin artificios ni pirotecnia.

No habrán logrado la gloria que sí tienen otros, como sus viejos colegas los Stones, pero gracias a ello han podido mantener los pies más cerca de la tierra y han seguido centrados en la música, ajenos a grandes montajes comerciales y negocios multimillonarios, manteniendo el contacto directo con sus fieles seguidores, ya sean los de toda la vida o quienes les han ido descubriendo a lo largo de estas décadas. Y es que tomarte una cerveza charlando sencillamente con alguien que fue parte de los primigenios Rolling Stones no tiene precio. Dick eligió seguir otro camino, pero nos aseguró que nunca se ha arrepentido ni ha sentido que se equivocase con aquella decisión, al contrario: puede estar orgulloso de haber llegado hasta aquí por su propio camino.

Al despedirnos de Dick, agradecidos por el soberbio concierto que nos acababan de brindar, no podemos evitar decirle que nos cuesta creer que vayan a dejar esto, a lo que responde con una sonrisa de complicidad, y prometemos que la próxima vez les iremos a buscar a Londres, seguros de que podremos encontrarles en algún viejo pub, disfrutando y haciendo disfrutar con las viejas melodías que ya les han hecho inmortales.

Setlist: Mr. Evasion / Honey, I Need / Mama Keep Your Big Mouth Shut (Bo Diddley) / Big Boss Man / The Same Sun / Alexander (The Electric Banana) / Defecting Grey / S.F. Sorrow Is Born / She Says Good Morning / I See You / I Can’t Be Satisfied (Muddy Waters) / Come On in My Kitchen (Robert Johnson) / Little Red Rooster (Willie Dixon) / You Can’t Judge a Book by the Cover (Bo Diddley) / Come See Me / Don’t Bring Me Down / Mona Medley: Mona/Pretty Thing/Who Do You Love?/I Wish You Would/Drum Solo/Mona / Midnight to Six Man / LSD // Rosalyn / Road Runner (Bo Diddley)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Time limit is exhausted. Please reload CAPTCHA.