THE FUZZTONES + THE SMOGGERS

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Lo que fue y lo que nunca debió ser
Texto y fotos: Javi G. Espinosa
23 Enero 2020, El Sol (Madrid)

Una nueva cita con The Fuzztones siempre es, de entrada, una buena noticia. Y más en este caso, en que Rudi Protrudi anda celebrando los 40 años en la carretera de la banda, su banda, de vuelta a la formación de quinteto. Su afición de aquí siempre ha sido numerosa y fiel, y respondió a la llamada llenando la sala El Sol, predispuesta a pasar una gran noche coreando y bailando con los viejos clásicos de toda la vida.

En lo que la concurrencia iba ocupando cada rincón del local, The Smoggers se encargaron de calentar adecuadamente el ambiente. Los sevillanos, una muy apropiada elección como teloneros, presentaban nuevo disco y salieron a jugar sus cartas sin complejos, dando un fogoso y enérgico recital donde no faltaron poses y guiños habituales del género, con un sonido denso y crudo, como mandan los cánones garageros. Sudaron la camiseta y se apropiaron del escenario por derecho y sin contemplaciones. Además, tuvieron el detalle de recordar a Los Macana, legendaria banda madrileña de la que hicieron una versión. Aprovecharon muy bien su tiempo y su espacio, y dejaron los ánimos preparados para lo que venía después.

El cambio en el escenario quizás se demoró más de lo que hubiese sido normal y deseable, pero como decíamos, el público – espoleado además por la sacudida de The Smoggers – estaba expectante y casi ganado de antemano. Salieron al fin a escena los músicos que acompañan a Rudi en esta gira para ir preparando el terreno al jefe, que subió al escenario entre la gente, estrechando manos y repartiendo sonrisas. Empezaron con «1-2-5» de The Haunted y siguieron con su «Bad news travel fast«, descargando una primera tanda de temas con bastante contundencia, con Rudi entregado al micro, antes de tirar de pandereta y armónica ni colgarse la guitarra.

El caso es que el señor Protrudi no tardó en empezar a decirnos que tenían que terminar temprano porque luego había un DJ, quejándose de la imposición con la mejor de sus sonrisas pero visiblemente contrariado. Y la cosa podría haber quedado ahí si, una vez lanzada su queja, hubiese tratado de aprovechar al máximo la limitación horaria. Pero Rudi parecía tan enfadado que dedicó más tiempo de la cuenta a repetirnos por activa y pasiva la circunstancia, poniendo más empeño en excusarse por un show que ya quedaba claro que iba a ser acortado, y por alejar la culpa de él mismo – a la vez que nos recordaba también de forma reiterada su presencia al día siguiente en una céntrica tienda de discos, haciendo además hincapié todo el rato en la venta de merchandising.

Musicalmente, la noche iba avanzando, con unos músicos entregados y el patrón al frente, cumpliendo su papel con sus previsibles alardes y dando al personal lo que esperaba, aunque flotaba ya esa sensación de que la cosa iba a terminar enseguida. Lo que nadie esperaba es que, avisados de que debían ir acabando, se dedicaran a estirar el tema que estaban tocando y remataran el concierto un poco de aquella manera, sin esforzarse en tratar de negociar una propina y privando a su público de algunos de los clásicos más emblemáticos y esperados, como «Strychnine» o «Cinderella«, algo que pudimos ver como muchos aficionados les reprochaban mientras Rudi recogía tranquilamente los cables y seguía con su irónica sonrisa insistiendo en que no era culpa suya, sino de la sala y el dichoso DJ, cosa que terminó por enfadar a muchos de los presentes, decepcionados por la displicente actitud de su admirada estrella.

Y es que hay excusas que no valen, Mr. Protrudi. Si la sala impone unos horarios y no se quiere defraudar a quienes pagan por verte hay que organizarse mejor, bien empezando antes, bien recortando el tiempo de los teloneros (o incluso prescindiendo de ellos), bien ajustando mejor el repertorio, pero nunca escatimando al público lo que ha venido a ver, que para eso pagan. Lo que no es de recibo es salir tarde sabiendo que te tienes que ir pronto, y además perder el tiempo reiteradamente en disculparse mediante el ataque a todos los demás implicados en lugar de aprovechar ese poco tiempo que tienes en dar a tu parroquia lo que espera de ti. Flaco favor se hace nadie con este tipo de comportamientos, porque la fidelidad del público aguanta muchas cosas, pero no las tomaduras de pelo.  

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