BUCKCHERRY
Black Butterfly
Hace dos años, ‘15’ supuso una agradable sorpresa de parte de la banda en la que la opinión generalizada (crítica y público) vio a finales de los 90 a los grandes salvadores del hard rock sucio y macarra de toda la vida.
No solo recuperábamos a un grupo necesario en tiempos de agotamiento del rock n’ roll simple y directo (con la escudería escandinava de capa caída) y saturación de un tipo de rock cada vez menos excitante y salvaje (hasta la coronilla del emo, el alt-country y tanta bobería sin pelotas), sino que además la nueva formación se mostraba exultante y vital como en los mejores tiempos de aquel inmejorable debut, obteniendo unos resultados comerciales nada desdeñables. Y aquí viene el gran problema. No soy de los que piensan que calidad y comercialidad están reñidas en absoluto. Pero una banda sucia y vacilona como Buckcherry no podía permitirse baladones empalagosos como ese “Sorry” que les aupó en listas. Al menos el resto del contenido de aquel álbum rebosaba de pelotazos de hard cañero, eso sí, con una peligrosa tendencia al pop rock soleado más insustancial. Por desgracia, este siguiente paso discográfico ha acentuado todos los errores de aquel aprovechable álbum. Y la gran lacra en la sombra es (¡otra vez!) el infumable Marti Frederiksen, compositor conocido por haber ayudado a grandes bandas de hard rock (véase Aerosmith principalmente, Def Leppard en menor medida) a convertirse en aprendices de los Backstreet Boys con canciones indignas de color de rosa, mecherito y globos de chicle. Aquel que estuvo también detrás del ya nombrado bodrio “Sorry” mete mano aquí nuevamente en la composición y producción, y consigue lo impensable; que una banda liderada por una voz rugosa y agresiva como la de Josh Todd suene a unos Bon Jovi de segunda en momentos como la ¿power ballad? de turno, “Don’t Go Away”, la avergonzante “All Of Me” o ese babosísimo final con “Cream”.
Tampoco los temas potentes, en los que Buckcherry tenían la receta para facturar verdaderos himnos, alcanzan el empaque acostumbrado, a excepción de un esperanzador comienzo con “Rescue Me”, que roza la vergüenza ajena en un “Too Drunk… To Fuck”, desesperada intentona de repetir el éxito del guarrísimo “Crazy Bitch”, que bien podría haber sido escrita por un grupo de quinceañeros principiantes. Más cocaína y menos moñerías amorosas habrían dado un álbum que podría haber sido banda sonora de clubs de striptease y anuncios de bourbon de garrafón. En cambio, en ‘Black Butterfly’ tenemos la banda sonora de tardes de correrías inocentes por los pasillos del instituto. ¡Que me devuelvan a mis Buckcherry!